El Veterinario Maldito
A pocos kilómetros de La Villa Maldita, en una población cercana, vive el veterinario que cubre varias zonas. Cobra poco y calla mucho…
Este veterinario, surte de sedantes a los cazadores, por las eventuales heridas en época de caza. También se ocupa del ganado, así como de los caballos y todo tipo de animales que requieran de su cuidado.
Detrás de su clínica, tiene un patio interior, donde crece burundanga. En una gran sala de su casa, cuida a distintos tipos de animales exóticos: Tarántulas, serpientes, peces globo… Todos muy venenosos. Es una de sus grandes aficiones, junto con la cocaína. Tiene un negocio próspero al no tener competencia en toda la zona.
Abrió hace poco y a pesar de que no tiene quirófano, hace operaciones sencillas. La mayoría, curas, cosidos y castraciones de todo tipo, desde perros y gatos hasta a caballos.
Conoce bien todas las poblaciones de los alrededores y lo que se cuece en ellas… Sabe que existe mucha corrupción, arraigada desde el franquismo, pero él no va a hacer nada, a él le pagan igual y es lo único que le interesa.
Todas las mañanas, sale temprano de la clínica para atender al ganado de varios clientes. Tras esto, vuelve a atender a los demás clientes en su local, cartillas sanitarias, vacunas y curas… Y así es su día a día, rodeado de animales enfermos.
Normalmente, no suele beber, pero a veces los clientes insisten demasiado y se toma unas cervezas con ellos, sin alcohol por lo general, pero… Aquel día tomó un chupito y en el baño del cliente, se metió dos rayas.
Al volver a la clínica, le pararon dos guardias civiles. Le hicieron un control de alcoholemia y de drogas y dio positivo en ambos…
— ¡Ya se me jodió el mes —pensó— ¡Menudos cabronazos corruptos!
— Exceso de velocidad, positivo en alcohol y en drogas —dice uno de los agentes riendo.
— Llego tarde a un sitio —dice él— ¿No podrían mirar para otro sitio? Ya me entienden ustedes.
— ¿Está usted intentando reírse de la Guardia Civil, caballero? —le pregunta el otro agente sarcásticamente.
— No, por dios… —contesta el veterinario acojonado.
— En realidad… —prosigue el agente— Necesitaríamos unos productos, para un amigo, claro. Y a lo mejor usted nos los podría conseguir, si es tan amable…
— ¡Lo que el cuerpo quiera! —exclama el veterinario— Yo, por la patria… ¡lo que sea!
— Pues… ¡Qué raro! —dice de repente el segundo agente— que se me acaba de estropear el puto aparato este, desde luego… tanta tecnología para nada. ¡Puede marcharse y perdone por las molestias! Nos quedamos con su dirección y ya nos pasaremos a por lo de “nuestro amigo”.
— Bien… Adiós agentes. Que tengan un buen día —se despide el veterinario cabizbajo.
— Vaya usted con Dios y… ¡Viva España!
Sin comentarios…
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